En América Latina y el Caribe, los niños y las niñas claman ante el Señor por una sociedad y un continente más justo y solidario. Ese clamor llega al cielo y debería también ser escuchado en la tierra. Para esto requerimos corazones sensibles que escuchen las voces de los más pequeños y sean sensibles con sus problemas más sentidos.
Dios es tierno y misericordioso, esos atributos nos deben servir como modelo de vida, sobre todo en la crianza y el trato hacia los niños. Una crianza con ternura busca sanar las heridas de la violencia y denunciar las estructuras injustas y opresoras que perpetúan la violencia interpersonal y sistémica.
Es indispensable una dimensión transformadora de la ternura, porque la crianza con ternura no podría ser una revolución si no denuncia las estructuras económicas y políticas fallidas del sistema capitalista neoliberal, que agudiza la brecha entre ricos y pobres. La crianza con ternura es un camino de restauración, formación y transformación. Ese camino no se hace solo, se hace uniendo esfuerzos y acompañándonos unos a otros, sin dejar a nadie atrás.